Los Miserables del Orinoco

Un recuerdo el día en que Venezuela vive una nueva jornada electoral...

Hugo Chávez, presidente de Venezuela propone un referéndum al pueblo para que se autorice formalmente su permanencia vitalicia en el poder, en donde de paso, el pueblo le otorgará poderes prácticamente absolutos. Con la arrogancia que le da saberse dueño de dos terceras partes del electorado, de una cuadrilla de adeptos oportunamente engrasada, y todos los petrodólares a su disposición para superar cualquier potencial resistencia, se lanza a predicar al pueblo las bondades de su proyecto bolivariano. Concentra los preceptos del referéndum en un librito rojo que se parece al nuevo testamento que uno encuentra en el cajón de cualquier hotel. Chávez  (igual que Mao, años antes) conoce el valor simbólico de esta condensación para apuntalar su carácter de semidios.

Cuando parece que su victoria está signada, pues la oposición es débil y está rota, algo hace despertar de su letargo estudiantes venezolanos para encabezar la campaña del “No” a Chávez. La trama en lo subsecuente, parece una calca de “Los miserables” de Víctor Hugo: A Chávez – el rey tirano – y su cuadrilla de cínicos – la familia Thernardier—se enfrentarán Stalin Gómez y Yon Goicoechea en los papeles de Pontmercy y Enjolras; Baduel, un ex militar que hasta hace unos meses fungió como la mano derecha de Chávez, será en adelante Valjean.

Los estudiantes salen a las calles a manifestarse y montan una barricada humana con su idealismo y su determinación. Siguen adelante soportando amenazas y mentiras, violencia y manipulación. Rejuvenecen a una sociedad agotada, cuya voluntad colectiva estaba a punto de extinguirse.

En el momento más crítico cuando las fuerzas les faltan, se suma a su gesta un valiente Baduel, quien no teme en apostar su seguridad personal. Confronta públicamente a Chávez: "ningún país crece bajo la sombra de un dictador".

Llega el día del referendo, la batalla final.

Cual si fueran sargentos de regimiento o capataces en prisión, las cuadrillas rojas de Chávez acuden a los barrios pobres de madrugada y despiertan a los habitantes con dianas para que no falten a votar. Para apuntalar la efectividad de la convocatoria, como ocurre en cualquier sitio ajeno a los ojos de dios en que abundan los miserables, la invitación viene acompañada de desayuno, camiseta y veladas amenazas.

A la una de la mañana, seis horas después de que el Consejo Nacional Electoral (CNE) debiera haber ya anunciado los resultados, la tensión crece. Se sospecha lo evidente: Chávez no aceptará su derrota y saboteará el pronunciamiento del consejo. Los militares llegan a la sede del CNE y rodean a los dirigentes opositores. El crimen es inminente.

Entre los cascos de los soldados, los líderes opositores y los estudiantes se desgañitan. Se juegan el todo por el todo. Exigen enfáticamente que el CNE cumpla con su obligación y se pronuncie; que cumpla con su obligación de declarar un ganador y revelar lo que todos saben para estos momentos. De poco parecen servir sus reclamos. Los soldados los amedrentan. Son marginados de la última sesión de conteo, a pesar de que existía un acuerdo que garantizaba su representación. Uno de ellos explica desesperado frente a la cámara que sí han dejado entrar a uno de los suyos, "pero es uno que no tiene la habilidad política…" ¡Gavroche contra el ejército entero!

Entrada la madrugada, custodiada por soldados, la presidenta del CNE aparece en la pantalla. Para sorpresa de todos declara la irreversible derrota de Chávez.

Al final del día, en el conteo, los votos rojos han sido únicamente cuatro millones y poco más. La avalancha de siete millones de adeptos con los que Chávez contaba, se ha diluido; cerca de tres millones se han abstenido de votar, que es una forma de protestar sin desafiar abiertamente.

Dos minutos después, Chávez, el dictador, el demagogo, acepta su derrota. Asume sus errores y felicita a sus contrincantes, en una victoria que califica de pírrica. Al hacerlo deja por un momento perplejos a todos. Sin embargo, aquellos que  a lo largo han testimoniado la potencia del veneno del poder, y han visto que nadie renuncia a él porque sí, por pura nobleza, saben que Chávez regresará tarde o temprano.

Como quiera que sea, la circunstancia permite que uno de los dramas de la literatura universal sea reescrito con un final distinto: los estudiantes, enarboladores de esperanzas, han triunfado desde su trinchera. El rey, al menos esta vez, ha caído. Por lo que dura la noche y mientras estallan fuegos artificiales que iluminan el Humbolt en la cima del imponente Ávila -- Utopía es posible.

En la selva de asfalto del siglo XXI, en que no hay distancia demasiado grande para los medios, millones de ciudadanos nos enteramos de este drama en la transmisión nocturna de CNN. Tan acostumbrados estamos a mirar hasta el último rincón del mundo a través de los ojos de la televisión y su hambre de espectáculo, que a ninguno de nosotros hubiera extrañado que Cameron Mackintosh apareciera como productor ejecutivo del programa. En ese supuesto, al cierre de la emisión no cabe duda que las letras de los créditos hubieran corrido al ritmo de la música de Herbert Kretzmer:

“Do you hear the people sing
Singing the song of angry men?
It is the music of the people
Who will not be slaves again…

When the beating of your heart
Echoes the beating of the drums
There is a life about to start
When tomorrow comes…”